La identidad cultural resumida en el concepto de cultura nacional, ha sido utilizada por la élite mexicana a través de la historia pos-hispánica como herramienta política de cohesión social y bajo la pretensión de unificación de la población mexicana (“el pueblo mexicano”). Habría que decir que se ha hecho bien el trabajo. Como extranjero percibo en la actualidad como se respira el nacionalismo en el aire territorial mexicano. Es tal vez, a mi juicio, el resultado de la accidentada historia social y política del país y los esfuerzos no menores de crear un marco romántico de simbolismo que se traduzca en identidad, en pertenencia. Desde afuera vemos claros los estereotipos de lo mexicano; en la literatura, el cine, la televisión, la música, el arte en general; pero es en la relación misma con los mexicanos, en su territorio, cuando dimensionamos el poder incrustado del nacionalismo. Se les nota incluso, sin darse cuenta, a quienes tienen una posición crítica frente a ese nacionalismo.
Ese esfuerzo unificante de la élite criolla (s.XIX), retomado por la élite revolucionaria (s.XX), parece ser mantenido ahora por la élite capitalista (s.XXI). La tarea ha sido ardua y continua. En la primera etapa se usó la religión, en la segunda el arte y en esta última la herramienta principal son los medios de comunicación, sobre todo la televisión. El caso es que la mexicanidad ha sido una construcción constante, con tropiezos y dificultades, pero decidida y sin interrupciones. Como observador externo puedo decir que la cultura nacional mexicana, impregnada de nacionalismo (muchas veces irreflexivo), se puede ver a leguas, incluso dentro del reconocimiento mismo de la gran diversidad de este país. El discurso parece haber calado muy bien. La inyección quedó bien puesta, la dosis parece ser reforzada cada vez que es necesario. Me atrevería a decir, con todo el respeto y amor que tengo por esta tierra y sus habitantes, que a los mexicanos el doctor al nacer no les da una palmadita en la cola sino que les aplica su inyección de nacionalismo.
Esa inyección natal de cultura nacional los acompaña por el resto de sus vidas, y produce cosas tan brillantes como tan contradictorias. Sólo nos basta rezarle a la Virgen de Guadalupe o pedirle a la Santa Muerte para que la inyección natal no se convierta en inyección fatal para una nación que no termina de construirse, y que a veces pareciera desperdiciar tan inmensa riqueza natural y cultural. La historia social nos permite entender como el acumulado de identidad cultural ha moldeado a esta nación a través de intereses y luchas por el poder; pero también nos deja claro, por fortuna, que más allá del arraigo de los símbolos y del peligro irracional de sentirse los mejores; todo está por construir. El mosaico cultural es ilimitado.
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