(DECRECIMIENTO. PARTE 1)
Hay ideas que la humanidad ha ido superando: la Tierra es plana, somos el centro del universo, la sangre azul de la familia real, los negros no son humanos, el hombre es superior a la mujer, el homosexualismo es una enfermedad, entre muchas más. Hay otras ideas que siguen reinando pero que sabemos que tenemos que superar: el crecimiento económico es una de ellas. Sigue haciendo parte del imaginario colectivo, pero tarde ó temprano tendrá que pasarse a la lista de ideas superadas, mandadas a recoger. Nos resistimos bastante, es cierto, la inercia juega en contra; pero al final, por fortuna, la razón prima sobre la estupidez y las cosas adquieren su lugar en la historia, en el pasado, no en el presente.
Seguir midiendo el bienestar de la humanidad tomando como patrón el crecimiento económico no solamente va contra toda lógica sensata sino que es un acto casi demencial, un suicidio colectivo. Pensar que se puede crecer sin límites en un mundo con recursos limitados (por no decir escasos) es un error histórico que la humanidad tendrá que reconocer, ojala más temprano que tarde. Me explico: el indicador del Producto Interno Bruto (PIB) es precisamente eso, una medida del crecimiento sin límites, una formula acumulativa, un estándar matemático para medir nuestro derroche de materia y energía. El PIB, por consiguiente, va en contra de la sostenibilidad del planeta, de la viabilidad de la raza humana y todas las demás especies.
Pero entonces, ¿cómo explicarse que los economistas sigan usando el PIB como termómetro del bienestar y buen rumbo del planeta en términos económicos? Lo jodido del asunto es que no son sólo los economistas los que todavía siguen este paradigma del crecimiento, es casi toda la sociedad la que lo sigue, la mayoría sin darse cuenta, sin saberlo. Es parte de nuestra forma de vida, de nuestra cotidianidad, de nuestra cultura. La lógica del crecimiento no es algo abstracto y científico que está alejado del común de la gente, ya se insertó, a través de todas las fuerzas políticas y económicas, en la globalidad, en el sistema imperante. Hasta el más ortodoxo de los izquierdistas usa el PIB en sus disertaciones económicas contra el gobierno y argumenta como catastrófico para la sociedad que su país no crezca a ritmos más acelerados. Hasta las revistas anarquistas todavía lo tienen dentro de su temario económico. No tenemos que ser expertos en economía para saber que hay que vender más, y para vender más pues hay que producir más, esto hará crecer la economía y traerá bienestar. Esa es la lógica imperante, y de ella se derivan la demencia por el consumo y la poco racional idea de tener más, de acumular, de crecer, de salir adelante, de estar a la moda, de actualizarse tecnológicamente, de gastar y gastar. Claro, en esto juegan otros factores que han ido ayudando a que esta lógica se incruste en nuestra mente y nuestras emociones, el hacerlo parte de la cultura tiene ya de por medio los factores sociales y psicológicos que permitieron llegar al punto en el que estamos.
En resumen, la lógica del crecimiento es parte de nuestras vidas, pero su incompatibilidad con la supervivencia del planeta ya empieza a ser mostrada por algunos sectores de la población mundial. El deterioro ambiental y los consecuentes riesgos que trae el cambio climático ya no están en discusión, es consenso científico. Pero lo que sí está en discusión y debe ser parte del debate socio-político-económico es cómo lo vamos a enfrentar, por dónde encaminamos las posibles soluciones. Y es aquí donde se necesita un cambio de paradigma, una lógica distinta, nos toca cambiar el canal: tenemos que empezar a decrecer, es la única manera de enfrentar el problema de raíz. Es necesario consumir menos materia y gastar menos recursos, es imperativo dejar de producir por producir, de vender por vender. Los nuevos retos de la humanidad nos deparan nuevos paradigmas, nuevas lógicas, nuevos lenguajes, nuevas ideas: el decrecimiento es una de ellas, que más que una propuesta económica o social es una invitación a la sensatez y una demostración de la disposición humana de seguir habitando responsablemente este planeta.
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